Las mujeres juegan un rol de gran importancia en la historia de nuestra sociedad; es
indudable que, aunque siempre han estado detrás de los eventos que han cambiado
la ruta de nuestra política, es hasta hoy que se habla de ello y se les reconoce como
miembros activos y principales participes de los grandes movimientos que han
sacudido nuestras comunidades.
Hoy por hoy se han dado grandes avances para reconocer la importancia de la
feminidad como elemento esencial de una estructura o tejido social, por ello se han
mejorado las leyes, se les han abierto espacios para que se expresen, además de crear
mecanismos para que estas se incluyan en la vida política del país. A pesar de esto,
nos quedamos cortos en garantizar el acceso a las mismas oportunidades entre
hombres o mujeres, o siquiera, que las limitantes para ellas no sean tan marcadas.
No se han cumplido aún 100 años en nuestro país desde que las mujeres pudieron
emitir su voto por primera vez, un gran paso en materia democrática, aunque su
participación política va más allá de su asistencia el día de la jornada electoral. Su
participación real se encuentra en la representación política, la afiliación, el
conocimiento y la posibilidad de plantear temas reales para que se mejoren las
condiciones de vida no sólo de ellas sino de los grupos sociales que también han sido
desplazados.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas apenas un 18.5 % de las posiciones de representación política en altos rangos están siendo ocupadas por mujeres;
es decir, no se han logrado equiparar con los hombres el acceso para las mujeres a
cargos de mayor importancia, sin embargo, estas cifras representan un 60 % de
avance comparadas con las de los años 70, en que las mujeres apenas si lograban un
11 % en este rubro.
Considerando que en la actualidad más del 50 % de la población en el mundo corresponde
a mujeres, podemos dimensionar el tamaño del fenómeno, por ende, también el del
problema. En México hay 64 millones de mujeres, un 51.4 % del total de la población nacional,
cifra no distante de las presentadas a nivel global, por lo que, en el año 2019, después de
debatirse y llevarse al pleno se decidió aprobar la Ley de Paridad de Género. A través de ella
se garantiza que las mujeres puedan acceder a la posibilidad de ser votadas a cargos
públicos o de representación popular sin la desventaja común que se dictaba hace unos
ayeres: la de ser mujer.
Era bien sabido que los hombres eran quienes estaban al frente de las decisiones, aunque
estas tuvieran que ver con asuntos de mujeres. Lo que significaba un gran tropiezo a la
igualdad, la búsqueda de equidad y los fundamentos de la vida política en democracia.
Tener mujeres al frente de las decisiones de nuestro país nos abre el camino a que estas
estén mejor pensadas, analizadas y sustentadas. ¿Quién mejor para conocer las
necesidades y búsquedas de una mujer que otra mujer?
La dinámica actual permite que las mujeres no sólo actúen entre sí, sino que hagan
presencia a nivel grupal mediante el uso de redes sociales, plataformas online y aplicaciones.
Estas las acercan al mundo de lo global por lo que se encuentran cada vez más informadas,
más conscientes y ocupadas de su propia realidad. Las autoridades no han tenido ninguna
mejor opción que adaptarse al cambio y entender que la nueva modalidad de hacer
democracia y de hacer política es la de la inclusión, la de una democracia más “pareja”.
Muchos movimientos han surgido alrededor de la búsqueda de mejores condiciones de vida
para las mujeres, el feminismo como forma de vida ha generado mucha polémica a su
alrededor, pero ha logrado posicionar mensajes de los que antes no se hacía mención: el
abuso contra las mujeres, la violencia, la discriminación, el poco o nulo acceso a la vida
política, o la disparidad de condiciones son motivo de lucha y de oportunidades para
plantear soluciones a todos aquello que por mucho tiempo se vino arrastrando.
Incluir a las mujeres en nuestra forma de hacer política impacta directa y descomunalmente
a la democratización de nuestras comunidades. Un terreno en el que se segrega violenta la
calidad de igualdad y equidad que busca fomentar la democracia. Comunidades donde la
legalidad sea condicionada al sexo con el que se nace no sólo violenta, sino que
menosprecia nuestra calidad de humanos atentando contra nuestros derechos, mismos que
se han planteado en nuestra Constitución y en las cartas que nos hacen participes de una
comunidad global. Entendemos que la política no es exclusiva de varones, que las decisiones
que más importancia y peso tiene pueden ser tomadas por mujeres porque su capacidad no
se ve limitada al sexo.