México es un país que tiene mucho que ofrecernos. Formamos parte del bloque de
economías más importante del mundo, con mercados amplios y grandes empresas;
participamos también dentro de los países con mayor extensión de territorio, a lo que
se le suman nuestros hermosos paisajes, así como su gran biodiversidad. Nuestra
basta cultura nos posiciona como una de las más brillantes en el mundo, llena de
colores, tradiciones y gran historia. El nuestro es sin duda un país que destaca también
por su gente, somos una comunidad multicultural; es tanta nuestra diversidad que
sería difícil catalogarnos (como sucede en otros países) por dos o tres razas. Nosotros
somos el resultado de años y años de culturas que vinieron a unirse para formar lo que
somos hoy en día.
Aunque la tendencia poblacional en México se inclina a la urbanización dada la
agitada modernización a la que nos hemos sometido gracias a la globalización y la
apertura de mercados, conservamos grandes comunidades de población rural e
indígena. Para el año 1950, según datos proporcionados por el Instituto Nacional de
Estadística y Geografía (INEGI) en su censo poblacional, el 57 % de la población
mexicana residía en áreas rurales. Opuesto al 43 % de la masa, misma que se
localizaba en áreas urbanas.
Actualmente la población se divide, según lo enmarcado en el Censo Poblacional
INEGI 2020, como 79 % dentro de la mancha urbana, mientras que apenas un 21% de
la población en nuestro país yace en lo que se considera como áreas rurales. Éstas,
ahora consideradas como poblaciones de minoría albergan en gran proporción a las
poblaciones indígenas que permanecen activas en nuestra sociedad.
México es un país rico en población indígena, su visión de la vida ha forjado aquellas
características que tanto nos distinguen en el mundo y que enamoran a propios y
extraños. A través de sus creencias hemos forjado una cultura diversa, donde los
colores no se hacen esperar, sin embargo, la falta de atención sus necesidades, la
cultura apegada a la globalización y el racismo que ejercemos en nuestro día a día, los
han llevado a ser poblaciones en estado de vulnerabilidad. Las comunidades
indígenas han pasado de ser el motor cultural de México a micro comunidades
alejadas de la escucha de nuestras instituciones.
Según los datos contenidos por el Sistema de Información Cultural (SIC), aquí habitan
un total de 68 comunidades indígenas. Todas ellas diferentes en población y
características, de estos grupos los Nahuas, Mayas y Zapotecas encabezan la lista
con mayor cantidad de integrantes. Su distribución territorial se da principalmente en
los estados de Oaxaca, Quintana Roo y Guerrero.
Entender los datos presentados anteriormente traen el siguiente tema a flote.
Conocemos la discriminación a la que se somete a las comunidades antes
mencionadas, pero ¿qué sucede cuando se nace mujer y además se es indígena?
De acuerdo con los datos presentados por el Gobierno Federal, basados en la
encuesta Intercensal de 2015, la población indígena comprendía el 10.1 % del total
nacional.
Derivado de aquel número se estimaba que las mujeres enmarcaban
alrededor de 6 millones 146 mil 179, lo que representaría un 51.1 % de aquella población.
Un número bastante considerable pues se traduce en un 5 % de la población nacional.
Nuestro gobierno reconoce, aunque se han dado cambios en pro de la mejoría y el
bienestar social de este grupo poblacional, no se han podido cumplir las metas
pactadas para la reducción de la brecha en el acceso a oportunidades o como
mínimo, garantizar el respeto a los derechos de los pueblos indígenas.
Conocer el nivel de analfabetismo en nuestras comunidades da un sentido rápido de
las condiciones de bienestar en ciertos grupos sociales. En el caso de México, la media
nacional se encuentra en el 5.5 %, para los indígenas la situación se agrava
colocándose por encima del 17 %. En el caso de las mujeres pertenecientes a este
sector, en peores condiciones de alfabetización, un 22 % marca una razonable
situación de precariedad educativa. Se habla de un 17 % aproximado de diferencia
respecto de la media nacional. En este caso el gobierno ha fallado en garantizar que
su población tenga la misma posibilidad de educarse sin importar condiciones como
el sexo u otros factores demográficos.
En el ámbito laboral y la participación económica es necesario destacar que la
situación preocupa tanto en las zonas urbanas como en las poblaciones más
vulnerables. Las mujeres en la media nacional se involucran un 33.5 % en las
actividades económicas de la comunidad, aportando una menor cantidad de ingreso,
derivado de los roles y estigmas que nos sacuden incluso en la actualidad. Las
mujeres indígenas ven estos estereotipos aún más cercanos y arraigados; ellas
participan apenas en una cuarta parte de la economía, sumando un escaso 23.5 %
del estadístico. A esto se le pueden sumar aún las tasas de trabajo no remunerado,
estos índices preocupan a las instituciones pues, aunque se han buscado estrategias
o planes que reduzcan el impacto de las condiciones sociales en aras de mejorar la
equidad en las actividades del hogar, ni en comunidades indígenas ni zonas urbanas
se ha cumplido aún el objetivo.
Es claro que como gobierno y en sociedad, hemos quedado mucho a deber a todos
aquellos que nos dieron identidad. Sin embargo, el adeudo es mayor cuando se habla
de aquellas que forman parte de dos grupos de minoría o más; el de las mujeres y el
de las indígenas. Para ellas el acceder a las mismas oportunidades que cualquier
hombre en México se vuelve el doble de complicado.